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1 de junio de 2014

una suave música de fondo

"La Música de Mobiliario crea vibración; no tiene otra finalidad; desempeña la misma función que la luz, el calor y el confort en todas sus formas" 
Fragmento de una carta de Erik Satie a Jean Cocteau (1 de marzo de 1920)
Erik Satie por Man Ray (1922)
Si entendemos el confort como todo aquello que produce bienestar y comodidad en el ser humano sin la necesidad de estar por ello cansado –a diferencia del relax que supone una actividad previa–, no sería descabellado pensar que dichas situaciones resultarían difíciles de llevar a cabo sin la ayuda de lo que se conoce comunmente por silencio. Esa supuesta "ausencia" de sonido que ya expusiera John Cage en 4'33'' es la excusa para comprobar cómo entre un contexto y su recepción, existe una sonoridad ambiente per se. Cuando el compositor y pianista francés Erik Satie (1866-1925) escribió con la colaboración de su colega Darius Milhaud cinco piezas en tres diferentes series de su Musique d’Ameublement, su intención era que sus partituras sonaran sin que la escucha adoptara una postura de atención convencional, es decir, que el público pudiera deambular por una situación dada sin prestar atención a los intérpretes y que esa música a su vez formara parte de la estancia como lo harían los mismos muebles. De un contexto "decorativo" en el que se predisponía a la gente a prestar oídos mientras realizaba otras actividades venía su intención estética con la que se presentaba este nuevo "producto de consumo" y así fue como el 8 de marzo de 1920 se oficializó. A través de los dos divertimentos de la sucesión Sons industriels (Sonidos industriales), Chez un bistrot (En un bistro) y Un salon (Un salón), ejecutados con las directrices de un Satie entusiasmado se recomendaba a los asistentes “hablar, andar, beber” como si se encontraran en el restaurante o en sus respectivas casas, pretendiendo naturalizar una situación que no sonaría tan rara tras la llegada del hilo musical y su entramado de sonidos ambientales.
Aunque el origen del término "Música de mobiliario" es discutible, todo apunta a que Satie podría haberlo acuñado a partir de la concepción de arte que Henri Matisse atribuyó a un sillón o, a través de la necesidad de "restaurar" los ruidos adyacentes durante un almuerzo con otro pintor como Fernand Léger. De las que si se tiene constancia son de otras tres composiciones más "para amueblar" de 1917 Correlage phonique (Mosaico fónico) "para un almuerzo o un contrato de matrimonio" y Tapisserie en fer forgé (Tapiz en hierro forjado) "para una gran recepción a la llegada de los invitados, a interpretar en un vestíbulo", además de la pieza Tenture de cabinet préfectoral (Revestimiento de pared en la oficina de un jefe de policía) "decorativa y suntuosa en apariencia" que llegaría como encargo seis años después desde Estados Unidos para una pequeña orquesta privada. Casi simultáneamente y en este mismo continente corría el año 1922 y otro artífice no reconocido de la música ambiental, el militar e inventor norteamericano George Owen Squier (1865-1934) aún estando en las antípodas de reinterpretar el sueño del francés, ideó un sistema de transmisión electrónica de música enlatada mediante fonógrafo que desarrollaría durante doce años hasta propagarse rápidamente con el nombre genérico de Muzak Corporation. La llegada de la música grabada cambió las condiciones de consumo y de su producción tanto como las obras en sí mismas, resultado de una empresa estadounidense especializada en  repertorio musical programado emitido por vía telefónica y que amenizaba la producción económica tras la Gran Depresión combatiendo el silencio discretamente y aliviando los nervios y estrecheces de esos primeros tripulantes del mundo moderno a bordo de los nuevos y vertiginosos ascensores (elevator music). Pensadas para nadie en particular –para todos en general–, liberadas de marcos espacio-temporales y de títulos e intérprete/s desconocido/s con los que E. Satie podría haber sintonizado en funcionalidad pero no tanto como arsenal de música sistematizada ambiental de hogares y espacios de ocio, consumo y trabajo. Después de la Segunda Guerra Mundial y tras el cambio de nombre que la haría mundialmente famosa como banda sonora de fabricas y talleres, adquirió mayor resonancia en otros sectores (bancos, compañías de seguros, agencias publicitarias, transportes e incluso la Casa Blanca o el Apolo XI) afianzándose a partir de los cincuenta con la introducción de la cinta magnética de audio y su transmisión a través de canales de Frecuencia Modulada. Dependiendo del ámbito profesional, se trataba de una música disuasoria no agresiva, de cierto "aleccionamiento" y motivada para ser oída y no escuchada (easy-listening); reproducida a un volumen moderado evitando las frecuencias muy altas o muy bajas así como las partes cantadas para no distraerse o bajar el rendimiento, y finalmente reducir la tensión, mejorar el ánimo y aumentar las ventas a través del tempo o el ritmo. En los sesenta, este tipo de melodías empezaron a adoptar éxitos populares del rock y pop fundamentalmente y a orientarse cada vez más hacia el marketing, formando filas de detractores en contra de su uso instrumental por sumergir al público en un flujo musical totalmente ajeno a su control. Mientras tanto, otros géneros ligeros provenientes del jazz instrumental como el lounge causaban furor evocando sensaciones diferentes a las que experimentaban sus oyentes en la cotidianidad de la oficina o el hogar, "trasladándolos" a lugares exóticos (a una isla paradisíaca o al espacio exterior) a ritmo de bossa nova y sonidos estereofónicos pero sin restar por ello placer al momento. Pero mientras el hilo musical tocaba sucedáneas bagatelas, entre los insatisfechos y revulsivos experimentalistas se encontraba el músico inglés Brian Eno (1948-), un digno impresionista à la manière de Erik Satie que despegaría en 1978 desde la terminal ambiental de Music for Airports. Tras el aterrizaje del concepto ambient a través de esa aproximación al silencio moldeador de la música y el estado de ánimo en J. Cage, a la diáspora de unas pocas notas minimalistas y a la concepción satieniana por la que dichas composiciones resultarían del mismo modo tan obviables como interesantes, su tacto suave y sensorial supondría el ingrávido páramo en el que se establecería Brian Eno tras abandonar Roxy Music. Más allá del piano decorativo y del envolvente sintetizador del LP Discreet Music (Música Discreta) de 1975, la tenue melodía con reminiscencias a una utópica Muzak predisponía a la escucha y no tanto a la flotación, manifestación que encontraría su nicho ecológico tres años después con el primer volumen de la fundacional Ambient 1: Music for Airports (Música para Aeropuertos), concebida y diseñada para un marco espacial específico que conviviera con el tráfico concreto de ruidos e interrupciones aeroportuarias de sus salas de espera. Es por ello que su concepción estética de salida no compartía plenamente la de sus predecesores, tratándose pues de una música que podía tanto despertar el interés como pasar totalmente desapercibida. Por eso para Eno el ambient potenciaba el entorno como un espacio para pensar, reteniendo sus cualidades e induciendo a la calma. Estaba claro que la intención de la Muzak era supuestamente aliviar el tedio de las tareas rutinarias y equilibrar los subidones y bajones naturales del propio cuerpo, pero posteriormente y a finales de los ochenta, en una fase avanzada de la música rave y la cultura de baile también se decidió que era conveniente reposar durante un tiempo razonable a lo largo de la noche trayendo consigo nuevos espacios que anticiparon una nueva era, que no new age (o si), en una continuidad lineal que cambiaba la verticalidad del estímulo laboral por la horizontalidad de la calma preexcitada. 




De la escena alternativa de Mánchester –o Madchester– que sirvió de bisagra musical a los últimos años ochenta y primeros noventa entraban y salían por las puertas de míticos clubs como el Konspiracy, The Boardwalk o Soundgardens miles de jóvenes cada fin de semana con afán de escuchar y bailar el mejor house, dance, acid house o techno internacionales. Al frenético ritmo de la noche se le sumaba la droga de moda, el éxtasis, de ahí la necesidad de tomar un respiro y reponerse de la deshidratación, la subida de temperatura y demás indisposiciones derivadas. Hacia 1990 se empezaron a acondicionar salas acolchadas o chill out rooms (habitaciones para relajarse) donde recostarse e interactuar a un menor número de pulsaciones por minuto gracias en buena medida a una música de corte ambiental (sonidos naturales, texturas delicadas) y rebajada de decibelios. Esta idea se retomaba del lounge y de su poder para evocar lugares idílicos, por ejemplo una playa, observando la resaca de las olas a la espera de la que vendría al día siguiente. Así que por supuesto la tendencia se popularizó y trasladó a las orillas cálidas del Mediterráneo, concretamente a las de la isla de Ibiza, acomodándose en su histórico Café del Mar pero degenerando poco después en un pastiche de bases rítmicas. Aun así, todavía no se hacía referencia al término como sinónimo de este tipo de “templos”, a pesar de que ya se empezaban a ver con la estética neo-asiática e hindú actuales, pero sus beneficiosos efectos no tuvieron un disco de cabecera hasta principios de 1990, el proscrito Chill Out de Bill Drummond y Jimmy Cauty en formación como The KLF. A través de un viaje imaginario de 44'44'' se invitaba al relax, a dejarse llevar por la felicidad pura y sentimientos positivos con una sucesión de sampleados que iban de Pink Floyd (On the Run) o Elvis Presley (In the Guetto) a Fleetwood Mac (Albatross), pasando por retazos sonoros de transportes (trenes, coches, aviones), cuñas de radio y sermones evangelistas en comunión con la tradición de la música concreta y melodías de ambient house como el Pacific State de 808 State, que planeaban en conjunto al son de una pedal steel guitar rompiendo como mantras sintéticos las reverberaciones frenéticas del acid. Pero por mucho que este ambient sedentario despuntara cada mañana al desfase en la mente de millones de personas, su apoteósico final llegaría con la disolución del grupo tan solo dos años después y la reinterpretación desde finales de los noventa de un batiburrillo sonoro que aboga por crear ambientes ceremoniales, vacíos, como si la Muzak se adulterara de un ambient fatuo y malinterpretadamente místico, priorizando ornamentos decorativos como el olor a incienso, o las estatuas de Buddha y Shiva, alejándose de su intención experimental y estandarizando una etiqueta pseudo de distinción y bienestar que confunde los fundamentos del confort y el relax musical con la pereza más absoluta.

19 de diciembre de 2012

en el nombre de cage, de la música y del budismo zen

John Cage trabajando en su prolífica e inclasificable obra

Sonatas e Interludios para piano preparado I - XVI (1946 - 48)
In a landscape, para piano solo (1948)
Suite para piano de juguete (1948)
Child of tree, improvisación con material vegetal amplificado (1975)

Si “veinte años no es nada” como diría aquél manido tango llamado Volver, lo cierto es que el reciente centenario del nacimiento de John Cage (1912-1992) podría haber pasado sin más pena que gloria. Afortunadamente, –y en esto si que le doy la razón a Gardel– todo vuelve, y un homenaje a la carrera de este experimental compositor americano, discípulo de los reformadores y revolucionarios Arnold Schoenberg, Henry Cowell y Adolph Weiss y ligado a la evolución del sonido y a la creación de un arte imprevisible, despersonalizado y alejado de todo academicismo -con influencias incluso del Budismo Zen– merecía mención especial en 2012, más aún habiéndose cumplido dos décadas de su fatal pérdida. El tributo del pasado 17 de diciembre bajo el título Homenajes III. John Cage, 100 años en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional dentro del Ciclo Series 20 / 21 del Centro Nacional de Difusión Musical, como no podía ser de otra forma giró en torno al piano, o mejor dicho, de los pianos, pero no de unos cualquiera; desde el preparado a la manera de Cage para las dieciséis sonatas y cuatro interludios, hasta el de juguete para la «Suite for Toy Piano» encargado por el coreógrafo y pareja sentimental de éste, Merce Cunningham, piezas todas ellas compuestas entre 1946 y 1948. Y todo, en sutil concordancia a los movimientos de pies y manos que el virtuoso francés de 31 años Bertrand Chamayou deconstruía a través de su maestro y de las restantes piezas; En un paisaje para piano sin preparar, o el solo aleatorio de percusión Hijo del árbol sobre las espinas amplificadas de unos cactus, de 1948 y 1975 respectivamente, resonando en conjunto a todo menos al ideal del instrumento en cuestión, con una delirante coreografía que, permaneciendo sentado y tras varios cambios de banqueta, culminaba revulsiva e impecable en el suelo y frente al público. 
A parte de los setenta y cinco minutos sin pausa de este inusual paquete pianístico no está de más recordar aquella definición que el propio Cage haría de sí mismo, 
“Me encamino hacia la violencia más que hacia la delicadeza, hacia el infierno más que al cielo, hacia lo feo más que hacia lo bello, hacia lo impuro más que hacia lo puro, porque al hacer estas cosas resultan transformadas, y nosotros resultamos transformados” 
una dicotomía continua en la que se debate su música y de la que no se entendería sin las alteraciones que el artista radical haría de ese particular mueble burgués “de cola” –indicaciones proporcionadas al intérprete para preparar 45 de las teclas– que tras su colaboración con la bailarina Sybilla Fort introduciría en el proceso compositivo en forma de objetos de diferente naturaleza como madera, plástico, goma o metal entre las cuerdas de éste, convirtiéndolo en una orquesta causal controlada por los diez dedos de un único músico, en una búsqueda de nuevas tramas sonoras que no necesariamente pertenecieran al sistema tradicional y consiguiendo así una gama de sonoridades mucha más amplia que con un piano normal, enriqueciéndolo a su vez de armónicos, resonancias y otros efectos de percusión.  A pesar de que Cage rechazara mostrar sentimientos y emociones humanas por medio de la música –razón que le acabaría impulsando a experimentar con los procedimientos aleatorios– en estas piezas se busca suscitar en el receptor ciertos estados de ánimo, que tenderían hacia la tranquilidad de las últimas sonatas y a la evocadora música de la cultura oriental (por ejemplo en XIV y XV). Es así como, en cierta forma, estas sonatas e interludios apuntan hacia el futuro y al mismo tiempo lo mantienen dentro de la tradición, una praxis que ya premonizaría su admirado Erik Satie, un año después de que éste naciera, con su breve obra de 1913 La piège de Méduse, al haber sido el primero en inducir al intérprete a modificar un piano. 
El peso de uno de los artistas más importantes del siglo XX, creador de nuevos mundos musicales, filósofo, teórico y organizador de sonidos y silencios puede verse en los destellos del rock y la electrónica más alternativa actuales de Sonic Youth, Aphex Twin o Stereolab, pero sobretodo pudo sentirse más vivo que nunca en la cuidadosa, arrebatadora y elegante interpretación de Chamayou con un concierto didáctico y normativo –que no purista– pero libre y atrevido, de donde nace toda esa fuerza embriagadora de este gran maestro que nos hizo pegar el oído a melodías inimaginables.



Good Morning Mr. Orwell (1984) - Programa experimental de Nam June Paik

25 de noviembre de 2011

shubertnacles humits

El artista castellonense Carles Santos transgrede su obra cada vez que inicia una nueva; original e iconoclasta, este "multipianista" incansable goza de una salud escénica envidiable, todo ello a través de una constante creatividad que ha compartido con instituciones de la talla de John Cage o Pere Portabella. Así, su obra procura mantener el emblema de menos es más, sobretodo en revisiones de clásicos europeos para Rossini o Bach (El compositor, la cantante, el cocinero y la pecadora y La pantera imperial respectivamente) o Chicha Montenegro Gallery, donde sugiere 42 formas de matar a un cura –de sus obras más recientes y aplaudidas–, que no dejan de ser todas ellas evocadoras de un universo propio, como en el caso de su última pieza, Els urinaris públics europeus –Schubertnacles humits– una orgía musical donde las emociones del compositor austriaco Franz Schubert con su El viaje de invierno; La sinfonía inacabada o La sonata nº2 para violín y piano son retransmitidas a través de la voz en OFF de Josep Ferrer, cosificada en un altavoz-tótem de tres metros de altura que tiene necesidades humanas un tanto irreverentes (cantar, miccionar, devorar una manzana) por donde deambularán una serie de personajes a modo de intrusos: la actriz Queralt Albinyana; la violinista Cati Reus; la directora de orquesta Dolors Ricart e incluso el propio Santos, éste último acompañado de su inestimable y deconstruido piano a favor de un personaje más. 
Si te perdiste las dos representaciones de los pasados 19 y 20 de noviembre en el Teatre de Salt (dentro de la programación del Festival de otoño de Cataluña Temporada Alta) tienes otra oportunidad en el Teatre Lliure de Barcelona el próximo mes de junio.
Tan sólo una recomendación; si puedes responder fácilmente a la pregunta: 

– Pots orinar i cantar Schubert al mateix temps? (¿Puedes orinar y cantar Schubert al mismo tiempo?)
no te olvides de hacer de todo antes de entrar, la obra es altamente sugestiva y lo mejor que te puede pasar es que te dejes llevar.