15 de marzo de 2013

anna keirenina


Keira Knightly no devuelve un fiel reflejo de la protagonista en Anna Karenina (2012)
Greta Garbo en Anna Karenina (1935)
Se abre el telón y aparece Keira Knightly vestida una vez más de época interpretando en esta ocasión el devenir amoroso de una aristócrata y heroína romántica rusa, ¿cómo se llama la película? ¿Anna Keirenina? Antes de hacer mutis por el terrible juego de palabras, qué mejor que aprovechar la tribuna para hablar sobre este clásico universal revisitado tantas veces por el cine, el teatro o la danza y que no se veía en un espacio conjunto hasta la llegada de una obra como la de Joe Wright, cuyos protagonistas se mueven literalmente a medio camino entre el escenario y las bambalinas de un mundo, si me vuelven a permitir la inventiva, “teatrificado”, artificial como la mismísima alta sociedad imperial.
Tras la buena acogida que obtuvieron Orgullo y prejuicio (Pride & Prejudice, 2005) y Expiación (Atonement, 2007), ambos, actriz y director vuelven a coincidir en un drama sobre el amor y la pasión desmedida, activando el mecanismo de unas tramoyas que soportarán, al igual que los personajes, el peso de las habladurías, el adulterio, la muerte o el desdén, y precipitarán de golpe hacia el abismo los destinos de la propia Anna, su marido o el amante de ésta, el Conde Alexei Vronsky. Quizás sea ese tufo a artificio logísitico, culmen estético de la reinterpretación de Wright sobre el realismo de la novela de Tólstoi el que engatusa al espectador con una vibrante música compuesta por Dario Marianelli –y que durante algunas escenas se convierte en diegética por arte de birlibirloque–; o su fastuoso diseño de producción, por no hablar del vestuario, ganador del último Oscar, que no hacen sino situarnos en un palco de honor desde donde somos testigos de la grandilocuencia del medio con el que juega el director pero sin que éste pueda aferrarnos a la butaca con una carga emocional y exegética digna, -tal es el caso de la vacua química entre los amantes o la excesiva tónica coral de la cinta que desdibuja historias como la de Levin y la princesa Kitty, imprescindible para identificar el mensaje de esperanza-, pero en el que destacan una buena terna de secundarios como Olivia Williams, Emily Watson o Michelle Dockery, sin olvidar al condescendiente y diplomático Karenin interpretado por un envejecido Jude Law.
Como si de una Matrioshka se tratara asistimos a las diferentes facetas de madre, amante o esposa de la Anna Karenina más hueca, que ni por asomo llega a encajar con el prototipo literario, –más cercano al lacerado empaque de Greta Garbo–, pero que rebosa en conjunto una  actualidad que la devuelve de las empolvadas estanterías al imaginario comercial para disfrute de todos aquellos que quizás no se hayan atrevido todavía a doblegarse ante sus páginas.