3 de julio de 2016

carne de neón

 
Elle Fanning y Nicolas Winding Refn puestos hasta arriba de neón en The Neon Demon (2016)
Nicolas Winding Refn (1970) encuentra en la violencia su fantasía erótico-estética más perversa. A través del extrañamiento que produce un entorno hostil, la crueldad se manifiesta como única forma de relación entre sus personajes. The Neon Demon empieza y acaba fagocitada por la irrupción de Jesse (Elle Fanning), una joven “aspirante a” modelo que despierta el interés malsano de los demás, desencadenando el ritual por saber quién acabará poseyéndola. Pero el juego de competencias va más allá del puro fuego de artificio. En un mundo que busca a toda costa la belleza, los demonios internos de todos ellos nos sumergen en una orgia de la apariencia, dentro de un envoltorio que ensalza o arruina sueños a cada nada. Bienvenidos a Los Angeles. El director danés despliega un relato seductor buscando la imagen onanista que lo define. Y lo hace ensalzando la depravación de sus protagonistas. Desde Ruby (Jena Malone), una maquilladora que busca el placer sexual en la muerte; Mikey (Charles Baker) el fotógrafo que fantasea con posear a una niña de 16 años, al igual que Hank (Keanu Reeves); o Bella y Sarah, dos veteranas modelos que buscan bañarse en la sangre de su víctima para seguir siendo deseables. El exceso mueve los bajos instintos de todos ellos. Dinero, atracción y envidias tiñen de rojo el cuerpo inmaculado de Jesse, cuyo olor a carne fresca comienza a ser vampirizado. Como las luces de neón que dibujan el horizonte nocturno de la película y buscan hipnotizar al espectador. No hay nadie que no acabe atraído por su peligroso encanto. Lo salvaje acaba por desgarrar cualquier atisbo de inocencia y el terror se ceba sobre una historia contada visualmente, como el macabro editorial de una revista de moda en movimiento. 

Los ojos de L'Enfer, 1964
Onírico e inquietante, gracias a los arreglos músicales de Cliff Martínez. Si entendemos el cine como experiencia no tanto purista si no más bien sensorial, la visión experimental y radical de Winding Refn puede saborearse mejor. Podría entenderse de la misma forma inconexa que los screenshots de Romy Schneider en la inconclusa L’Enfer, donde Henri Georges Clouzot sexualiza a su actriz cubriéndola de purpurina y efectos lumínicos para satisfacer única y exclusivamente las exigencias de su autor. Así que, ¿por qué no disfrutar de esta orgía visual y ser un poco más voyeurs sin avergonzarnos de ello? 

21 de febrero de 2016

escape a la berlinale

Dieter Kosslick, director y sombra detrás del Festival de Cine de Berlín desde 2000
De las muchas emociones que le recorren a uno cuando desembarca en la vasta orilla de la Berlinale, la que se impone a flote desde el primer momento es la de conseguir a toda costa que nada escape a la vista. Puede pasar que como ocurre al ver tierra desde una barcaza a la deriva, el horizonte resulte bastante abrumador. Rara mezcla de fascinación e incertidumbre la que se concentra pues durante varios días de periplo, sin contar la falta de sueño o la resaca, y no precisamente la de las olas… Lo inabarcable encuentra aquí su espacio en mitad de un mar de más de 400 películas. Y en él, la pasada edición del festival quiso ahondar no solo en las mareas de refugiados de Europa, sino en el drama transfronterizo de la inmigración ilegal. Con esta premisa la cinta documental Fuocoammare, de Gianfranco Rosi, movida por las aguas turbulentas que rodean a la pequeña isla italiana de Lampedusa, acabó finalmente alzándose con el preciado Oso de Oro. Y Algo que estaba predistanado o... mejor dicho, abocado a pasar.
Fuocoammare (2016)
¿Qué es el cine sino un refugio al que acudir mientras huimos? Mayormente de nuestros propios pensamientos, una táctica con la que dejarse llevar poco a poco hasta el final. O puede que simplemente nos guste quedarnos con esa falsa sensación a oscuras, como una sombra más que proyecta su propia historia en la pantalla. La crisis migratoria que continúa hoy en día sonrojando a Occidente ha sido tema fundamental de esta 66 edición del Festival: el Berlinale Palast como testigo de referencias directas a este drama politico, e incluso, de recogida de donativos para tratar de paliarlo. El estreno de Fuocoammare, literalmente Fuego en el mar (Fire at Sea) resuena más que nunca a “uomo a mare” o “hombre al agua”, una expresión alejada del glamour que acostumbra a pasar por aquí. Y es muy curioso que el visionado de estos desconocidos hombres y mujeres circulando en disposición preventiva, alumbrados y custodiados en la oscuridad de la noche por estrictas medidas de seguridad y envueltos en mantas isotérmicas hasta los pies, con sus destellos dorados y plateados, aparecieran en mi mente como lo hacen las estrellas de cine, desfilando por la alfombra roja en sus resplandencientes trajes a más de 1000 flashes por segundo. Lejos de frivolizar con la tragedia –en todo caso se trata de una libre asociación de imágenes–, en semejante marco de exhibición no deja de apabullarme. Si responde a una llamada a la acción, estupendo, bien por su director, Dieter Kosslick, por seguir demostrando la trayectoria reivindicativa de este certamen. 
De vuelta a la película, la historia crece y se desarrolla hasta alcanzar un realismo transcendental al conocer la vida atemporal de una familia de pescadores. Mientras miles de africanos luchan por llegar a Lampedusa, sus habitantes, autóctonos y ajenos al ritmo acelerado de estos tiempos, siguen con sus obstinadas vidas. Y de entre ellas, un niño juega a ser soldado; lanza piedras a unos cactus con su tirachinas mientras se revisa la vista o sorbe con naturalidad unos Spaghetti ai Frutti di Mare. No se puede tener más tino: la realidad ¿distorsionada? a los ojos del jovencísimo Samuele Pucillo.
Siguiendo con el escurridizo tema del agua, y por qué no decirlo con su ciclo natural, Tempestad, el segundo largometraje documental de la salvadoreña Tatiana Huezo, propuso una de las experiencias más sobrecogedoras del 46° Forum de la Berlinale. Mientras la lluvia impacta en las ventanas de un autobús en marcha, el lenguaje poético se desvela difuminando los rostros de sus anónimos viajeros. Como en la obra homónima de Shakespeare "La Tempestad", la directora sigue el rastro de dos mujeres que han visto su naturaleza femenina frustrada; una de ellas como “pagadora”, acusada falsamente de tráfico de personas, encerrada en el horror de una cárcel autogobernada; y la otra, una madre clown cuya hija adolescente continúa desaparecida después de doce años. Este miedo al medio acuoso actúa de sinédoque ante la impunidad de un país como México, en el que meros civiles, estudiantes y especialmente periodistas, acaban silenciados como relámpagos de una tormenta. La directora se moja sin miedo a represalias y sale indemne con una obra valiente y sincera dedicada a su amiga Miryam Carbajal, protagonista de este viaje al interior del huracán. 
Tempestad (2016)
Y en esta sección, mención aparte, cabe destacar también el estreno mundial de otra cinta, la del irreverente Eugène Green en Le fils du Joseph. Después de ver su anterior filme, La Sapienza (2014), volamos de Roma a París para darnos cuenta de que sus personajes siguen contenidos en sí mismos, despojados de toda naturalidad, actuando de bustos parlantes para precisamente dar más importancia al mensaje. Un mensaje contra el ensimismamiento de esta sociedad (¿o no lo estamos al estar parados continuamente pendientes de nuestros móviles?). Pues eso. La magia es que encima te lo cuenten en un marco cuidado, en medio de la odisea de un hijo por encontrar a su padre con el cuadro de "La muerte de Isaac" de Caravaggio siempre presente. Dos almas unidas por un fluido al que temen.
Pero si ha habido un mirador paralelo desde el que hemos sucumbido, esa ha sido Panorama. Por su notable presencia de películas iberoamericanas, entre ellas la del ya consagrado director argentino Daniel Burman con El rey del once, en su cuarta visita por el festival después de ganar el Oso de Plata y el Gran Premio del Jurado con El abrazo partido (2004). En clave de comedia, Ariel vuelve al barrio judío del 11 en Buenos Aires tras abandonar a un padre ausente demasiado preocupado por cualquier asunto de la comunidad –como su obsesion por el Minyán- antes que a lo que él respecta. O las chilenas Aquí no ha pasado nada o Nunca vas a estar solo, de Alejandro Martínez Almendras y Alex Anwandter respectivamente, centradas en cómo minorías dentro de clases sociales diferentes terminan por sucumbir al cerco, sin posibilidad de evasión. A diferencia de la estadounidense Goat, de Andrew Neel, donde los protagonistas, recién llegados a la Universidad, se adentran en una comunidad hostil, intentando por todos los medios ser aceptados en una fraternidad para poder liberarse del sino de todo “novato”. Grüße aus Fukushima de la directora alemana Doris Dörrie toma un escenario devastado por el desastre nuclear, yermo de total rastro de civilización -el aséptico blanco y negro juega un papel fundamental- para llenarlo de humanidad: así, una antigua geisha japonesa hace de pigmalión de una atolondrada mochilera alemana, tratando de luchar juntas contra sus propios fantasmas. En el apartado Panorama Dokumente, las fotografías del profanador de la decencia americana Robert Mapplethorpe cobran movimiento en un documental para television producido por la cadena HBO. Más que hacernos mirar a sus instantáneas, Mapplethorpe obliga a mirar hacia el artista a través de una personalidad frágil y huidiza. Obsesionado con las prácticas sexuales más oscuras, un vacío existencial y un sentimiento de culpa rebosante lo perseguirán hasta su muerte, uno de esos primeros y más sonados casos detectados de SIDA a finales de los ochenta.
Durante esta diáspora física hacia el interior de cada uno aparece en plena carrera de fondo Isabelle Huppert, quien vuelve con L’Avenir de la mano de Mia Hansen-Løve, ganadora a la Mejor Dirección de este año. A diferencia de la coreana In another country (2012) de Hong Sang-soo, este viaje iniciático le llevará de la ciudad a la campiña sin salir de su Francia natal. Aquí Natalie es una mujer que en su madurez se permite seguir descubriendo lo que le reserva la vida, más aún después de un matrimonio fracasado y de la repentina muerte de su madre. Con la curiosidad medrada, esta profesora de filosofía se reunirá con un antiguo alumno al que no ve después de un tiempo, devolviéndole, por qué no, el favor de haberle instruído años atrás en el amor al conocimiento. Sin duda una de sus mejores interpretaciones, quien sin miedo a reirse de sí misma propone un certero retrato de la mujer después de los cincuenta. Esa experiencia por el autodescubrimiento personal también aparece en Boris sans Beatrice del canadiense Denis Côte. Aquí el cambio de perspectiva vital obedece a la aparición de un gurú encarnado por el histrionico personaje que desde hace unos años parece haberse mimetizado en el propio Denis Lavant. Aunque en esta ocasión la fuga viene motivada por la depresión de Béatrice, su director propone encerrar a su protagonista con sus miedos para enfrentarlo a la cara b de su vida: el marido infiel es un padre despreocupado y un empresario sin escrúpulos que adolece primero y acaba buscando la redención después.
Esta travesía podría seguir su camino por infinidad de rutas diferentes, tantas como destinos queramos. A este respecto quiero detenerme, ya por último, en el viaje que propuso la Berlinale hacia el recóndito cine indígena, aquél que me hizo recalar en una de las apuestas más esperadas de este año: El abrazo de la serpiente, del colombiano Ciro Guerra. El fundamento de esta película radica en la reconstrucción de las vivencias que el antropólogo alemán Theodor Koch-Grünberg y el etnobotánico estadounidense Richard Evans Schultes recogieron en sus diarios por la Amazonia durante la primera mitad del siglo XX. A partir de aquí el espectador se adentra en un mundo donde la ficción convive con los hechos históricos de igual forma que los pueblos nativos tuvieron que hacerlo con sus colonizadores. Parece que el blanco y negro, al mismo tiempo que nos devuelve a una época anacrónica, pone distancia, pero no hace menos llevadero el dolor ante la belleza cuando las heridas de un pueblo no pueden cerrarse. Una tremenda labor de documentación, una riqueza visual agravada por el paisaje, bordadas ambas por la técnica de una cámara que sigue los pasos sin tomar partido, como un mero registro más. Esa visión entronca con el alma más primitiva del género humano: despiadada, irracional, pero también curiosa y deseosa de preserver en ella todo lo incontenible. De refugiar en ella la esperanza, de no perderla y de seguir mostrándola.