16 de octubre de 2011

patrick wolf

Patrick Wolf, cantante, mamífero y descarnante animal escénico por igual, utiliza su parte licántropa para nombrar no sólo su yo más visceral, sino su último disco, homónimo a una de las fiestas paganas de la Antigua Roma más salvajes, la Lupercalia, precedente del actual San Valentín. Si es o no un canto al amor, quizás sea el morbo que despierta su aullido –el que se esconde tras esta alegoría sobre la fábula de un fauno anteriormente descarriado y ahora, moralejas de la vida, asentado y bastante cebado– la constante vital que hace de Patricio Lobo –como se hizo llamar en el concierto del pasado sábado en la Sala Apolo de Barcelona– un éxito asegurado ante su fiel manada de seguidores.
Su espacio natural es épico en un ritual que convierte el sonido del viento en instrumento, mientras, el movimiento de cuerdas acompaña los bailes frenéticos del estridente sátiro de voz romántica y decadente. Toda una mezcolanza de sentimientos que empastan a la perfección en una orquesta de cámara con tintes de contundente percusión, recogidos en su bonus disc Lemuralia, una sigilosa y pausada alternativa a algunos de sus recientes temas, que con motivo de este regalo vienen acompañados de cinco vídeos tan sugerentes como soberbios. El escándalo está servido, pero desde luego, con buen gusto.

Patrick Wolf - Lupercalia IV

8 de octubre de 2011

the tree of terrence

Brad Pitt, Sean Penn y Jessica Chastain crecen junto a El árbol de la vida (2011)
Empezar por el principio, desde la quintaesencia inicial al comienzo del estado original, es perderse en una serie de detalles que podrían explicar el porqué a preguntas sobre una cuestión irremediablemente larga. Terrence Malick (1943-) toma como respuesta la vertiente religiosa para explicar los recuerdos juveniles de Jack (Sean Penn), desde el primer instante precursor del universo, Bing Bang y posterior vida en la Tierra –como en el cielo– al reencuentro epifánico con su estricto padre creador, Mr. O'Brien / Dios (Brad Pitt), todo ello, a través del monólogo interior de un subestimado niño reconvertido en arquitecto, precedido este último por su obra: la grandiosidad de los rascacielos neoyorkinos como horizonte de los vastos paisajes naturales que, como ese primer árbol desencadenante de la trama, pueblan su memoria de altos y bajos. Así se perfila un espacio más cercano a un viaje psicodélico como el de 2001: Una Odisea en el Espacio, igualmente acompañado por piezas clásicas –en este caso las de Schubert–, que a un ejercicio igualmente retórico pero nada evolucionista, que peca en ocasiones de la alevosía de un demiurgo pretencioso y poderosamente americano. El paraíso en ese barrio de Texas será la génesis determinante para trasplantar el pasado al presente y continuar caminando hacia al futuro, al lado de unos fantasmas que tratarán de pasar página hacia la última parte de este cuento de hadas y dinosaurios, premio no exento de polémica en la pasada edición de Cannes a la Mejor Película, e inicio para muchos de un auténtico apocalipsis del buen gusto.