Greta Garbo en Anna Karenina (1935) |
Se abre el telón y aparece Keira Knightly vestida una vez más de
época interpretando en esta ocasión el devenir amoroso de una aristócrata y
heroína romántica rusa, ¿cómo se llama la película? ¿Anna Keirenina? Antes de hacer mutis por el terrible juego de palabras, qué
mejor que aprovechar la tribuna para hablar sobre este clásico universal
revisitado tantas veces por el cine, el teatro o la danza y que no se veía en
un espacio conjunto hasta la llegada de una obra como la de Joe Wright, cuyos protagonistas se
mueven literalmente a medio camino entre el escenario y las bambalinas de un mundo,
si me vuelven a permitir la inventiva, “teatrificado”, artificial como la
mismísima alta sociedad imperial.
Tras la buena acogida que obtuvieron
Orgullo y prejuicio (Pride & Prejudice, 2005) y Expiación (Atonement, 2007),
ambos, actriz y director vuelven a coincidir en un drama sobre el amor y la
pasión desmedida, activando el mecanismo de unas tramoyas que soportarán, al
igual que los personajes, el peso de las habladurías, el adulterio, la muerte o
el desdén, y precipitarán de golpe hacia el abismo los destinos de la propia
Anna, su marido o el amante de ésta, el Conde Alexei Vronsky. Quizás sea ese
tufo a artificio logísitico, culmen estético de la reinterpretación de Wright
sobre el realismo de la novela de Tólstoi el que engatusa al espectador con una
vibrante música compuesta por Dario Marianelli –y que durante algunas escenas
se convierte en diegética por arte de birlibirloque–; o su fastuoso diseño de
producción, por no hablar del vestuario, ganador del último Oscar, que no hacen
sino situarnos en un palco de honor desde donde somos testigos de la
grandilocuencia del medio con el que juega el director pero sin que éste pueda aferrarnos
a la butaca con una carga emocional y exegética digna, -tal es el caso de la vacua
química entre los amantes o la excesiva tónica coral de la cinta que desdibuja
historias como la de Levin y la princesa Kitty, imprescindible para identificar
el mensaje de esperanza-, pero en el que destacan una buena terna de secundarios
como Olivia Williams, Emily Watson o Michelle Dockery, sin olvidar al condescendiente
y diplomático Karenin interpretado por un envejecido Jude Law.
Como si de una Matrioshka se
tratara asistimos a las diferentes facetas de madre, amante o esposa de la Anna
Karenina más hueca, que ni por asomo llega a encajar con el prototipo
literario, –más cercano al lacerado empaque de Greta Garbo–, pero que rebosa en
conjunto una actualidad que la
devuelve de las empolvadas estanterías al imaginario comercial para disfrute de
todos aquellos que quizás no se hayan atrevido todavía a doblegarse ante sus
páginas.
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