Dieter Kosslick, director y sombra detrás del Festival de Cine de Berlín desde 2000
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Fuocoammare (2016) |
De vuelta a la película, la historia crece y se desarrolla hasta alcanzar un realismo transcendental al conocer la vida atemporal de una familia de pescadores. Mientras miles de africanos luchan por llegar a Lampedusa, sus habitantes, autóctonos y ajenos al ritmo acelerado de estos tiempos, siguen con sus obstinadas vidas. Y de entre ellas, un niño juega a ser soldado; lanza piedras a unos cactus con su tirachinas mientras se revisa la vista o sorbe con naturalidad unos Spaghetti ai Frutti di Mare. No se puede tener más tino: la realidad ¿distorsionada? a los ojos del jovencísimo Samuele Pucillo.
Siguiendo con el escurridizo tema del agua, y por qué no decirlo con su ciclo natural, Tempestad, el segundo largometraje documental de la salvadoreña Tatiana Huezo, propuso una de las experiencias más sobrecogedoras del 46° Forum de la Berlinale. Mientras la lluvia impacta en las ventanas de un autobús en marcha, el lenguaje poético se desvela difuminando los rostros de sus anónimos viajeros. Como en la obra homónima de Shakespeare "La Tempestad", la directora sigue el rastro de dos mujeres que han visto su naturaleza femenina frustrada; una de ellas como “pagadora”, acusada falsamente de tráfico de personas, encerrada en el horror de una cárcel autogobernada; y la otra, una madre clown cuya hija adolescente continúa desaparecida después de doce años. Este miedo al medio acuoso actúa de sinédoque ante la impunidad de un país como México, en el que meros civiles, estudiantes y especialmente periodistas, acaban silenciados como relámpagos de una tormenta. La directora se moja sin miedo a represalias y sale indemne con una obra valiente y sincera dedicada a su amiga Miryam Carbajal, protagonista de este viaje al interior del huracán.
Tempestad (2016)
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Pero si ha habido un mirador paralelo desde el que hemos sucumbido, esa ha sido Panorama. Por su notable presencia de películas iberoamericanas, entre ellas la del ya consagrado director argentino Daniel Burman con El rey del once, en su cuarta visita por el festival después de ganar el Oso de Plata y el Gran Premio del Jurado con El abrazo partido (2004). En clave de comedia, Ariel vuelve al barrio judío del 11 en Buenos Aires tras abandonar a un padre ausente demasiado preocupado por cualquier asunto de la comunidad –como su obsesion por el Minyán- antes que a lo que él respecta. O las chilenas Aquí no ha pasado nada o Nunca vas a estar solo, de Alejandro Martínez Almendras y Alex Anwandter respectivamente, centradas en cómo minorías dentro de clases sociales diferentes terminan por sucumbir al cerco, sin posibilidad de evasión. A diferencia de la estadounidense Goat, de Andrew Neel, donde los protagonistas, recién llegados a la Universidad, se adentran en una comunidad hostil, intentando por todos los medios ser aceptados en una fraternidad para poder liberarse del sino de todo “novato”.
Grüße aus Fukushima de la directora alemana Doris Dörrie toma un escenario devastado por el desastre nuclear, yermo de total rastro de civilización -el aséptico blanco y negro juega un papel fundamental- para llenarlo de humanidad: así, una antigua geisha japonesa hace de pigmalión de una atolondrada mochilera alemana, tratando de luchar juntas contra sus propios fantasmas.
En el apartado Panorama Dokumente, las fotografías del profanador de la decencia americana Robert Mapplethorpe cobran movimiento en un documental para television producido por la cadena HBO. Más que hacernos mirar a sus instantáneas, Mapplethorpe obliga a mirar hacia el artista a través de una personalidad frágil y huidiza. Obsesionado con las prácticas sexuales más oscuras, un vacío existencial y un sentimiento de culpa rebosante lo perseguirán hasta su muerte, uno de esos primeros y más sonados casos detectados de SIDA a finales de los ochenta.
Durante esta diáspora física hacia el interior de cada uno aparece en plena carrera de fondo Isabelle Huppert, quien vuelve con L’Avenir de la mano de Mia Hansen-Løve, ganadora a la Mejor Dirección de este año. A diferencia de la coreana In another country (2012) de Hong Sang-soo, este viaje iniciático le llevará de la ciudad a la campiña sin salir de su Francia natal. Aquí Natalie es una mujer que en su madurez se permite seguir descubriendo lo que le reserva la vida, más aún después de un matrimonio fracasado y de la repentina muerte de su madre. Con la curiosidad medrada, esta profesora de filosofía se reunirá con un antiguo alumno al que no ve después de un tiempo, devolviéndole, por
qué no, el favor de haberle instruído años atrás en el amor al conocimiento. Sin duda una de sus mejores interpretaciones, quien sin miedo a reirse de sí misma propone un certero retrato de la mujer después de los cincuenta. Esa experiencia por el autodescubrimiento personal también aparece en Boris sans Beatrice del canadiense Denis Côte. Aquí el cambio de perspectiva vital obedece a la aparición de un gurú encarnado por el histrionico personaje que desde hace unos años parece haberse mimetizado en el propio Denis Lavant. Aunque en esta ocasión la fuga viene motivada por la depresión de Béatrice, su director propone encerrar a su protagonista con sus miedos para enfrentarlo a la cara b de su vida: el marido infiel es un padre despreocupado y un empresario sin escrúpulos que adolece primero y acaba buscando la redención después.
Esta travesía podría seguir su camino por infinidad de rutas diferentes, tantas como destinos queramos. A este respecto quiero detenerme, ya por último, en el viaje que propuso la Berlinale hacia el recóndito cine indígena, aquél que me hizo recalar en una de las apuestas más esperadas de este año: El abrazo de la serpiente, del colombiano Ciro Guerra. El fundamento de esta película radica en la reconstrucción de las vivencias que el antropólogo alemán Theodor Koch-Grünberg y el etnobotánico estadounidense Richard Evans Schultes recogieron en sus diarios por la Amazonia durante la primera mitad del siglo XX. A partir de aquí el espectador se adentra en un mundo donde la ficción convive con los hechos históricos de igual forma que los pueblos nativos tuvieron que hacerlo con sus colonizadores. Parece que el blanco y negro, al mismo tiempo que nos devuelve a una época anacrónica, pone distancia, pero no hace menos llevadero el dolor ante la belleza cuando las heridas de un pueblo no pueden cerrarse. Una tremenda labor de documentación, una riqueza visual agravada por el paisaje, bordadas ambas por la técnica de una cámara que sigue los pasos sin tomar partido, como un mero registro más. Esa visión entronca con el alma más primitiva del género humano: despiadada, irracional, pero también curiosa y deseosa de preserver en ella todo lo incontenible. De refugiar en ella la esperanza, de no perderla y de seguir mostrándola.